Jan 18, 2018

Me declaro inocente.

-Qué fácil te enamorás, ¿eh? qué envidia...- me dijo, vistiéndose. Mirá que había escuchado respuestas disparatadas a mis strip teases del alma, incluso una vez un triste y desubicado "gracias", pero echarme la culpa a mí, a mi propensión al amor, eso era de lo más cagoncito que había cosechado en años.

En su defensa, su señoría, la acusada declara:

Vi por primera vez al sospechoso cuando se apersonó en mi finca de la Ciudad Vieja hace unos meses, con intención de arrendarla. ¡Portando esa sonrisa, mírelo bien, esos ojitos, esa voz! No me alquiló la casa, no, pero al ver en mi foto de Whatsapp el afiche de la obra en la que trabajo, decidió ir al teatro a verla. Llegó tarde, y se fue al bar más próximo, donde solemos ir con mis compañeros de elenco después de la función. No fue sino hasta después de la función siguiente, que sí llegó a ver, que supe que aquella noche habíamos coincidido en ese mismo bar, el Andorra, y que había presenciado el momento en que me uní a unos músicos callejeros. Me felicitó, y con absoluta impunidad me habló de su banda, de su música, de su intención de incorporar una voz femenina. ¡No me mire así, su señoría, me agarró débil, le juro que le creí! Está bien, está bien, prosigo: comenzamos a ensayar. Le repito: a ensayar, no ocurría nada más. Canciones suyas, algunas que yo proponía, todo se desarrollaba con normalidad, ¿qué iba a sospechar yo, que me estaba tendiendo cuidadosamente una trampa? Un día vino a mi casa sin su guitarra y a una hora que no era la pactada. Con esa misma sonrisa que usted está viendo, sí, mírelo, así nomás, me hizo entrega de un tupper lleno de brownie casero aún caliente, y no contento con eso me puso en la otra mano un litro de helado Conaprole de crema. ¡De crema! Sin más, me rozó la cintura, casi imperceptiblemente, y se fue. Justo aquí, atrás a la izquierda, ¿lo ve? ¡Y ni un mensaje en toda la tarde, ni una señal! Calculó todo con la frialdad del perfecto asesino... ¡Me dejó sola con mi cabeza! ¡Sola, no: con brownie! ¡con helado! Está bien, me calmo, me calmo, prosigo: días más tarde volvió, esta vez sí con su guitarra, diciendo que me debía "la otra parte del regalo", porque aquel día no la tenía terminada... ¿Cómo si había alguien más? ¡No, completamente sola! Le digo que este hombre es peligroso, no deja testigos, es muy inteligente. ¿Puede ser un vasito de agua, por favor? Bien, el caso es que, sin mediar palabra se sentó en un sillón, desenfundó el arma... la guitarra, quiero decir... me hizo entrega de una hoja ¡de puño y letra! con la canción que segundos más tarde me cantó, ahí mismo, in situ. Una canción preciosa, le digo la verdad, que hasta mencionaba el contacto físico que habíamos tenido, aquel rocecito de nada. ¿Cómo si consumamos...? ¡¿Pero a usted le parece que yo no tengo alma?! En fin, en fin... esa es la historia. "Fácil". Que me enamoro fácil, me dice, ¿se da cuenta cuánta impunidad?

"¿Qué parte de mí no es animal?"

-Hace un ratito pensé que nos comíamos, ¿sabés?

No sé si dije eso, o lo pensé, o lo sentí, porque no sé si en este momento es necesario pronunciar palabras para comunicarnos. Todavía somos un latido solo, todavía no nos despegamos (ni podemos, ni queremos), todavía tenemos la piel estremecida, todavía nos vibra el aire a nuestro alrededor. Giran las aspas del ventilador y la cortina roja filtra ese mundo real que nos es tan ajeno, porque el mundo que nos importa cabe todo en este cuadrilátero King agradecido de tanto sudor. 

-Te digo de verdad, no como una forma de decir. Y creo que debe pasar, que le debe pasar a gente normal. Morderle un pedazo al otro, de pronto no me parece algo tan loco, ¿no? Como que ahora lo puedo entender... ¿Pasará?

Hay cosas que pasan seguro, como equivocarse o morirse, y cosas que seguro que no, aunque de esas no tengo ejemplos. Cosas blancas y cosas negras. Yo las prefiero rosaditas.

Jul 23, 2016

El orden (y la cantidad) de los factores.

Hace poco leí que alguien se definía como, entre otras cosas, "mamá x3", y me encantó.
Qué bueno que nos definamos o permitamos que se nos defina como se nos cante, sin dudas. Y que no nos definamos nada y no permitamos que nadie más lo haga, también.
La cosa es que la imaginación, que es muy de hacerme esas cosas, se fue para un lugar en que nos definíamos libre y abiertamente como "mamá x3", "hermana x2", "amiga x18", ponele, y también como "amante x5", ¿por qué no? y me pareció de lo más honesto y divertido.
Pero al volver a este mundo me di (otra vez) contra la pared... A ver si entendí: si salen de tu cuerpo, si los parís, entonces sí los podés amar a todos y está todo bien, nadie te va a juzgar. Nadie va a poner en duda que dividís el amor equitativamente entre ellos o, mejor aún, que lo multiplicás. Nadie jamás pondrá en duda que una madre (ufa, la impunidad de la maternidad) es capaz de amar a más de uno, nadie la va a tratar de promiscua por andar repartiendo así tan descaradamente su amor, ¿no? Ahí sí vale la pluralidad del amor, ahí nadie va a poner el grito en el cielo, ahí sí te van a dejar amar en paz.
Y le di la vuelta, cómo me gustan los procesos inversos... También en mi imaginación -obvio-, le pregunté a una mamá, embarazada por segunda vez: "¡¿Cómo otro hijo?! Entonces al primero no lo amás de verdad", y algún otro tipo de "razonamiento" (las comillas son para mostrar respeto a la gente que sí razona) de esos que nos regala a los amantes libres la gente de bien.
No es grave, solo un viajecito por mi imaginación, ese lugar en que se nos deja amar en paz.

Los que se pelean no se aman.

Fede es uno de mis grandes amigos, y el más antiguo. El mundo es más divertido y menos hostil porque él lo habita. Me enseña origami, me habla de fiestas electrónicas y me lleva a ceremonias de ayahuasca. Hace corazones de chocolate en sus cumpleaños y que sus amigos nos hagamos amigos, multiplicando el amor a su alrededor. Así es Fede.

Pero no siempre fuimos amigos. A los tres años, cuando tuve la gran experiencia de la primera inmersión social, ese enorme y constante descubrir que es el jardín de infantes, Fede era mi novio. Bueno, él no lo sabía, claro, pero era mi novio. Era tan grande ese sentimiento nuevo, tan inasible, tan inmanejable el amor como cada vez después de esa vez. Pero tan chiquitita yo y tan nueva en todo, que hice lo que pude con todo eso que me avasallaba. Aún hoy nos divertimos recordando: le llenaba la mochila con papel higiénico cagado, le tiraba gelatina en el pelo, lo enterraba de cabeza en el arenero, lo hostigaba de amor de todas las formas que se me ocurrían. Él se alejaba de mí, no quería ir más al jardín, sus papás hablaron con la maestra y ella con los míos, y yo me moría de esa cosa que me desbordaba el cuerpecito y que no lograba ni me importaba entender.

Un adulto sensato aprendería, ¿no? Pero no. Treinta años después la vida me pone en otro pelotero social, otro arenero, otra lata gigantesca repleta de crayolas de todos los tamaños, texturas y colores. Con lo que a mí me gusta pintar... Y ahí estaba él, solo, tranqui, ignorándome por completo. Más me ignoraba él y más lo peleaba yo. Nunca un contraataque, ni siquiera una defensa. Nada. Ahí estaba yo, tan grande y tan sin haber aprendido nada, faltándole el respeto a un extraño y a mi misma con la misma vehemencia que a los tres años, puro impulso, cero razón, con el mismo sinsentido y ridiculez con que se pelea al que se ama. 

Suerte que me di, que nos dimos cuenta muy pronto. Suerte que en seguida dejamos -dejé, está bien, asumo la completa responsabilidad- de pelearnos y empezamos casi inmediatamente a amarnos. Mentira que los que se pelean se aman. Los que se pelean se pelean, y los que se aman se aman. 

Feb 6, 2016

Eduardo.

Un poco avergonzado, me confesó su envidia.

-Ser tan libre... viajar, conocer, tener tanto tiempo.

Eduardo tiene una edad indescifrable. Tiene la piel joven y los ojos viejos, el cuerpo joven y los modales y los movimientos viejos. Las paredes forradas de libros de historia y sociología en varios idiomas, vinilos de música brasileña de los sesentas y setentas y obras de arte delicadísimas salpicadas por todas partes. Estoy parando hace poco más de una semana en el living de su apartamento minúsculo en Glória, con mis dos amigas, a minutos de las zonas de Rio que, al igual que nosotras, jamás duermen. Se levanta muy temprano, vuelve tarde, le preguntamos cómo está y siempre contesta "tranquilo". Cada noche preparamos caipirinha en una botella de plástico cortada y lo invitamos a salir con nosotras, pero siempre lo encontramos leyendo en la cama, o ya por dormir. "Ya estoy viejo", repite, "que se diviertan, chicas". Y siempre nos preguntamos qué edad tendrá. 

Siendo muy joven y muy brillante, salió de la facultad de Ingeniería y pegó al instante un laburo en una empresa que construye aviones de guerra. El sueño del pibe, según lo describía. La cuestión es que, pasado un año, muy cómodo en su trabajo de niño prodigio, el jefe los reunió a todos y dijo que, dadas las condiciones en el mundo, lo mejor que podía pasarles era una tercera guerra mundial. Lo que sobrevino fue una avalancha de fichas en esta cabecita aún joven e idealista que, sin dudarlo antes ni lamentarlo después, renunció. El drama familiar duró poco, hasta que concursó y entró en la Petrobras donde, según dice, hará carrera hasta jubilarse. "Por suerte ahora mis padres están tranquilos, por mi estabilidad". "¿Y qué es la estabilidad para ellos? ¿qué es para vos?", pregunto yo, ingenua, pelotuda, sin sospechar la profundidad del abismo al que me asomaba. Ahí fue cuando hablamos de la seguridad, del trabajo, de lo engañoso de ese tipo de libertad que se compra y se paga con la moneda más cara del mundo, la única que no se recupera: tu tiempo. 

Esa noche el chorinho era bien temprano y en la esquina de la casa, no tenía excusas. Además le había tocado el alma, me parece, con la comida casera con que lo había esperado esa tarde -en su cocina no hay comida ni nada para prepararla, seguro fue un acontecimiento histórico. Así que ahí estábamos, hablándonos cerca y fuerte para poder escucharnos, él con su agua sin gas, yo con mi termo y mi mate, que pronto cambié por caipirinha. Mis amigas bailaban por ahí y entre él y yo iban y venían opiniones, humildes certezas, anécdotas y posturas de vida que sobrevolaban lo que parecía una distancia insalvable. No podíamos ser más diferentes, pensaba yo, sintiendo a la vez una especie de solidaridad, tal vez una conexión... ¿generacional? No, no podía ser... Si me estaba hablando de sus planes para cuando se jubile, de la envidia que le da mi tiempo libre, las historias de mis viajes, mi juventud, mi libertad. Ya disuelto mi pudor en limón y cachaça, se lo pregunto. Y no sé para cuál de los dos fue más fuerte descubrir que habíamos nacido el mismo año.

Jan 28, 2016

Que bailar es soñar con los pies.

Fuego. Me abrasó la boca, era fuego líquido. Y después de lo aterciopelado de la canela, lo que persistió fue el sabor y el perfume fresco del clavo.

-¿Cómo me dijiste que se llama este trago?
-Gabriela.
-Claro, por la novela, ¿no?
-Ah, ¿conocés a Jorge Amado?

Parecía sorprendido, el bahiano. Había salido de la muchedumbre de uno de los arcos de Lapa, bailando, un par de noches atrás. Yo le había correspondido en el mismo lenguaje y, tras dejar que nuestros cuerpos se hicieran amigos, una vez dicho todo lo no dicho, pedimos algo para tomar e intercambiamos nombres, edades, profesiones, todo eso que tan poco dice de uno. "Hablen, hablen, háganse los interesantes, que por acá ya entendimos todo...", parecía ser la traducción al español de lo que nuestros cuerpos nos gritaban, mientras la charla recorría teatro, política, viajes. Las mentes se hacían las que investigaban, mientras que los cuerpos ya lo habían entendido todo. "Se todo mundo sambasse, sería tão fácil viver", había dicho Chico Buarque. 

Desde aquella noche me llamaba "Dona Flor". Claro, ¿cómo no me había dado cuenta antes? Él desde ese día es Vadinho.

Dec 23, 2015

Buuu...

El reloj biológico, los testigos de Jehová, la alergia al chocolate, la DGI, los parodistas, los dioses que les dicen a sus fieles que maten a los fieles de otros dioses, los conductores borrachos, soñar que se te caen los dientes, que se te caigan los dientes, la megaminería, las ladillas, la misma lógica con que se defiende a un cigoto mientras se lincha a un gay, la Iglesia Católica, la Iglesia Universal, todas las iglesias (Julio también), los monstruos abajo de la cama, los neonazis, el lado oscuro de la fuerza, el lado frío de la cama, los terremotos, maremotos y tsunamis, el triángulo de las Bermudas, los Gremlins mojados, la pasta base, que se te pegue el hit del verano, las luces navideñas musicales, el marido violento y la minita que lo justifica y el futuro marido y la futura minita que se crían en esa casa, la familia Corleone, la familia Espert, la familia, el payaso de It, las gemelas de El resplandor, los dictadores, el día del centro y la noche de los descuentos, los Turcos Abdalas devenidos en comediantes y los Migueles del Sel devenidos en políticos, las armas de destrucción más IVA, Don Francisco, el chacal, el Aedes Aegypti, el karma, el cáncer, el ébola, el HIV, las caries, el día de la mujer, los agrotóxicos, la celulitis, el agujero en la capa de ozono, los publicistas, la demencia senil, el octavo pasajero, los volcanes que se hacen los dormidos, Ultratón, Pelusita, Macri, la televisión...

Y vos con miedo a enamorarte.